Solemnidad de Corpus Christi

Hoy abrasaré entregándote mis brazos al abrazar al otro

Nuestro Señor aceptó la voluntad del padre y viene y quiere lavarnos de nuestras culpas y se consagra para convertirnos en anfitriones y sagrarios vivientes, para que seamos luz del mundo, testigos y compartamos las maravillas que hace día a día en nuestras vidas.

Hay de aquel que no celebra este encuentro y no vive esta celebración. Más le valiera quitarse la ceguera, que vivir en la oscuridad de la criatura sin Dios. Más le valiera correr a altar donde el hijo se ofrece en sacrificio para revelarnos con amor la vida que viene del amor. Más le valiera llegar con su carga de errores, que enterrarse en las piedras de la soberbia, en la arena de la insensatez y en el féretro del odio eterno. Más le valiera encaminarse a la asamblea del reino, que vagar en la necedad, el temor, la amargura, la soledad y el vómito de la mediocridad.

Para qué estar hambriento de paz, si la paz del Señor está con nosotros, viene a nuestro encuentro. Para qué seguir sediento de explicación, si quien que abre los oídos, levanta a los paralíticos, cura a los enfermos, hace ver a los ciegos y levanta a los muertos está en medio de la asamblea de la Santa Misa. Él es la fuente que proclama las palabras de vida eterna. Para qué seguir debilitado si en la Santa Misa se ofrece y comparte el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

Boletín del domingo 23 de Junio del 2019
junio-23-2019

El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Solemnidad 

Melquisedec, rey de Salém, que era sacerdote de Dios, el Altísimo, hizo traer pan y vino,
y bendijo a Abrám, diciendo: «¡Bendito sea Abrám de parte de Dios, el Altísimo, creador del cielo y de la tierra!
¡Bendito sea Dios, el Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos!». Y Abrám le dio el diezmo de todo.

Libro de Génesis 14,18-20.

Dijo el Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
mientras yo pongo a tus enemigos
como estrado de tus pies».

El Señor extenderá el poder de tu cetro:
«¡Domina desde Sión,
en medio de tus enemigos!
Tú eres príncipe desde tu nacimiento,

con esplendor de santidad;
yo mismo te engendré como rocío,
desde el seno de la aurora.»
El Señor lo ha jurado y no se retractará:

«Tú eres sacerdote para siempre,
a la manera de Melquisedec.»

Salmo 110(109),1-4.

Hermanos:
Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente:
El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan,
dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía».
De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memora mía».
Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva.

Carta I de San Pablo a los Corintios 11,23-26.

Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados.
Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: «Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto».
El les respondió: «Denles de comer ustedes mismos». Pero ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente».
Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: «Háganlos sentar en grupos de cincuenta».
Y ellos hicieron sentar a todos.
Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud.
Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.

Evangelio según San Lucas 9,11b-17.