¿Cómo es el puente para hacer oración?

Hoy me perdonaré.

La Oración es un puente que nosotros ofrecemos para que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo lleguen a nuestro hogar, a nuestra conciencia. Pero también es un puente para el diálogo con tu prójimo y contigo.

Con la oración a Dios dejamos que el Padre manifieste su creación hacia nosotros. El Padre se relaciona con la creación a través de la oración. Nos permite observar su mano divina, donde expresa su amor. Su Espíritu Santo es el amor transformador, el amor para manifestarnos la presencia y despertarnos la conciencia la divinidad.

La estructura de la Oración

Cuando nosotros preparamos una oración sumamos tres partes:

  • La primera: El reconocimiento de quién ponemos en nuestra boca o invocamos.
  • La segunda, La petición
  • La tercera: Afirmando que lo solicitando así va a ser.

Los sujetos de la oración

Cuando hablamos de la oración hablamos de tres sujetos en la oración: El padre, nosotros mismos y nuestro prójimo. Siguiendo la enseñanza de Cristo que nos dice «ama a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo». Nos pide que nos amemos y que aceptemos el don del Espíritu Santo para que descubramos la vida que viene del amor, de la paz y la plenitud eterna. Y así establecer la relación franca, pura, eterna, Entre el creador y sus criaturas, entre el Padre y sus hijos.

Cristo  nos enseña la oración al Padre y nos muestra cómo hacer ese puente para que el Padre a través de él y el Espíritu Santo, obre milagros, manifieste su amor, al reconocerlo como presencia de Padre y a nosotros como hijos, todos. Por eso decimos “nuestro”. Aceptando que es quien está en los cielos. Santificamos su nombre. Le pedimos que Reine en nosotros, Queremos que se haga su voluntad en el cielo y en la tierra, Esperamos nos conceda el Pan nuestro de cada Día. Le pedimos que nos perdone de nuestros errores en contra de su voluntad y de su amor, en la misma medida que nosotros perdonamos a los prójimos que nos ofenden, le pedimos que nos dé el pan de cada día, nos abrimos para que no nos deje caer en tentación y nos libre de todo mal y del maligno y lo confirmamos diciendo amen. Con lo cual sabemos qué es nuestro Padre y que todo esto que le hemos pedido se va a cumplir, porque tenemos fe y esperanza en su hijo.

Cuando nosotros establecemos el diálogo, diciendo las palabras del “Padre Nuestro”, tenemos un encuentro con nuestro origen. En el momento del bautizo, nos aceptarnos como seguidores de Cristo para con ello encontrarnos con el Padre. Con ello abrimos nuestra vida y alma, a la plenitud y el espíritu del amor de Dios.

Mediante la reflexión del Padre Nuestro encontramos la experiencia que Cristo quiere que vivamos como hijos. Al pronunciarla con conciencia, nos daremos cuenta de lo que Cristo mira para nosotros. Al ver a través de sus ojos, veremos al Padre. Entonces digamos: Yo, que soy hijo del padre. Mío y de todos nosotros. De este Padre que está en los cielos, del cual soy heredero. Yo que reconozco la santidad, desde el sólo nombre de mi Padre. Soy quien espera el reino de Dios, quien desea con todo su corazón que se haga su voluntad en la tierra y en el cielo. Yo soy ese hijo que esta lleno de confianza, de esperanza, y de fe y que seré alimentado con el pan de cada día. Soy ese hijo que le pide perdón a su Padre porque también quiero perdonar a quien me ofende y quiero que él sea mi fortaleza. Quiero abrir mi corazón y mi debilidad para que sea él quien me apoye para liberarme de todas las tentaciones. Y sea su espíritu de amor quien me dé fortaleza para enfrentar alejar al maligno. Yo así lo creo. Así es y así será.

Cuando recemos, meditemos cada una de las palabras, reconociendo

  • Quiénes somos para Cristo el “Amor de los Amores”.
  • Quienes somos para el creador dentro de sus criaturas.
  • Quienes somos para el Espíritu Santo consolador.

De esta forma reconoceremos al Padre y nos reconoceremos como hijos. Y en ese espacio divino descubriremos que somos hijos todos nosotros, todos, sin excepción.

Repitamos el Padre Nuestro, como Cristo nos enseñó y escuchemos su voz diciendo: “Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros su reino, hágase, Señor tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos el pan de cada día y perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden, no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal Amen.”

Así toma sentido y fuerza la misión de amor del Hijo y del Espíritu Santo. Misión de Amor al llevar el Padre a nuestra conciencia. ¡Somos hijos del mismo Padre! Quien se encarnó de María, la virgen, que murió crucificado y pago con sangre nuestra dignidad, para perdonar nuestros pecados y se manifiesta vivo en la eucarística, en la comunión que recibimos, como todos los santos y que nos transforma a través del Espíritu Santo, Espíritu que encarnamos desde la consagración de Cristo a nuestras vidas y que damos a conocer compartiendo con el mundo las obras de amor que ha hecho en nosotros.

Al reconocer al Padre, podremos conocernos y amarnos a nosotros mismos. En la oración estamos  nosotros mismos sintiéndonos hijos amados, Dentro de un plan divino, hermoso, armónico, de paz, pleno y eterno. Ese amor del Padre lo percibimos en las flores que nos regala cada mañana, en los colores de cada amanecer, en el rostro de cada uno de nuestros hermanos, en el rostro de quien sufre, que pide, quien carece, busca, necesita, el pequeño, el doliente, el enfermo, la viuda, el sediento, el hambriento, el débil, el difunto.

La oración es para reconocer su obra divina en el rostro de quien tiene sed de justicia, es manso de espíritu, de quien esta descrito en el evangelio, en las bienaventuranza. Y también reconocer en: el apestado, el podrido, el prójimo, el sordo,  en quien no quiere oír, en quien no puede hablar.

Al dialogar con nuestro creador, reconoceremos el Padre en la tierra de sus hijos, y que hoy está esperando a que le abrasemos con una oración, espera nuestro corazón para enseñarnos a transformar la visión: de nuestros enemigos, de quien nos juzga, quien nos reprende, quién no tiene pan, quien duda, cae, ama, odia, llora, ríe, del amado, del peregrino, de nuestros padres en la tierra, de quien hoy no está, de quien esperamos, de quien nos ofenden, de quien nos insulta, nos juzga, nos desprecia, quien nos da la espalda y traiciona.

La oración al prójimo

También la oración nos acerca a quien ama al Padre, Dios ha puesto la santidad en todos. Pero hay prójimos que han aceptado la luz, el don y la conciencia de esta santidad en sus vidas.  Santos a quienes invocamos con oración, para que ellos intercedan. Ellos que conocen la bendición de la caridad de Dios y la Caridad para consigo mismos y el prójimo.

En este valle de lágrimas, Invocamos la hermosa presencia de nuestros prójimos, regalos del Padre, como la Santa María, Madre de Dios, a ella invocamos para que ruegue por nosotros, los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. A ella invocamos de tantas maneras como: la Milagrosa, la del Perpetuo Socorro, como nuestra Madre amada de Guadalupe, como nuestra Madre del Cielo. A ella, quien estuvo al pie de la cruz, asunta al cielo, intercesora nuestra, como en Canaá que rogó por los desposados, por los novios, por los esposos. Santa Madre que nos descubre desde su corazón de madre, el corazón de Jesús, la misericordia hermosa y a confiar en Jesús.

También llamamos, reconocemos y pedimos en la oración a los Ángeles. Que cantan sin cesar el himno de su gloria. Arcángeles, Ángeles custodios, serafines, querubines y todas las potestades. Como San Miguel Arcángel que siempre está acompañando a Nuestro Señor en la eucaristía. O Los Ángeles de la guarda que nos descubren nuestra conciencia y nos guían, en lo medida que los acepemos, hacia la inmensa gloria y amor, hacia su amor. Ángeles que desean que aceptemos el llamado a la santidad para contemplar el rostro de Dios, el amor en nuestros corazones, en nuestras alegrías, en nuestras tristezas, en nuestras debilidades.

Orando pidamos la intercesión de los hombres que sean arrodillado ante el Sagrario invocando con todo su corazón con todo su pena con todas sus debilidades con todos sus pecados pidiéndole que se haga su voluntad, pidiéndole perdón, pidiéndole la razón, pidiéndole el cielo que nos tiene prometidos. A los que han recargado sus pensamientos en el Sagrario, dejándose abrasar por la ternura, por la dulzura, por la paz, por la fortaleza, por el ánimo, por la caricia, por la dulce entrega que nos da Nuestro Señor, presente en la eucaristía. Esclavo de su amor hacia nosotros y que permanece oculto en el Sagrario, esperando día y noche, aguardando. Si supiéramos cuánto amor hay en consagrarse en la eucaristía, para nuestro sumo bien, abriríamos nuestro corazón sin duda ni reserva para entregarlo a la misericordia de Nuestro Señor, a su Sagrado Corazón, quien padece una y otra vez al consagrarse en la eucaristía, en el Santo Sacrificio de la misa: Baja de los cielos, se incorpora en el sacerdote y  transformar el pan en su cuerpo y el vino para convertirlo en su sangre. Si abrimos la puerta con la corazón, estaríamos junto a la eucaristía para adorarla y recibirla cada día.

Abramos nuestra vida con la oración, y en la oración, en ese puente, pidamos por los prójimos, para que el amor Divino se exprese y nos transforme en en hijos conscientes del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y así seamos como el hijo pródigo que regresa y es abrasado con la felicidad paternal por el regreso a los brazos y la confianza hacia el padre, con nuestro arrepentimiento por haberlo ofendido y despreciado.

Hagamos como el ladrón que oró a Cristo y se robó en el último momento el cielo. A pesar de todo y de todas sus obras que le merecieron la cruz. Pero el Señor al ver su corazón contrito y arrepentido lo llamó para estar, aquel mismo día, aquel Viernes Santo, en presencia del Padre.

O como la convertida en Santa Mujer, Magdalena, a quien fue la primera que se le rebeló Cristo resucitado.

Oremos para que con su amor nos encaminen hacia el Padre y hacia nosotros mismos y hacia nuestro prójimo. Dios nos mira unidas sin separación, Pues el Padre del hijo es el padre de nosotros.

La Asamblea de oración en la Santa Misa

En la asamblea de la Santa Misa le pedimos a Nuestra Madre, a los Ángeles, a los santos y a ustedes hermanos que pueden interceder por mí con sus oraciones, con su amor, con su perdón con su ejemplo ante Dios Nuestro Señor para que nos libre. Reconociendo que hemos pecado, reconociendo nuestras culpas ante él y ante todos. Hemos fallado de pensamiento, de palabra, con nuestras obras y con lo que hemos dejado de hacer.

Precisamente a través de ellos pedimos al Padre que tenga misericordia de nosotros, al hijo que tenga misericordia de nosotros, al espíritu Santo que tenga misericordia de nosotros.

La asamblea de la Santa Misa, que se reúne para pedir misericordia, para reconocernos lo que somos como humanos, como hijos del mismo Padre, como seguidores de Cristo, el encarnado, a quien tenemos gratitud, quien padeció y fue crucificado y resucitó al tercer día y desde de venir a juzgar vivos y muertos. Y que su reino no tendrá fin, Creemos en el Espíritu Santo que procede del padre y del hijo, que reciben la misma adoración y gloria. Y que habla a través de los profetas. Porque todos somos ese cuerpo místico donde el Señor se manifiesta, todos somos ese cuerpo que se está lleno de llagas, de flores, de dolores, Ese cuerpo de enfermos, de pecadores y publicanos. Ese cuerpo Místico con la gracia para transformarnos, para resurgir, Cristo es ofrenda viva con el Espíritu Santo para llevarnos al Padre a su presencia. En la Asamblea de la Santa Misa está el mayor puente de amor del Cuerpo Místico de Cristo.

(AYN) (g)

El diálogo a través de la oración se establece con el Padre, con el Hijo y se abre la puerta a la comprensión por el Espíritu Santo.

La oración tiene como propósito establecer un puente entre los tres actores de la conciencia: el Padre el hijo y el Espíritu Santo, trino y uno y Providencia.

El Espíritu Santo es quien nos traduce el contenido del Padre y del Hijo que nos permite entender y percibir lo que es la divinidad con el Padre. El Espíritu Santo Relaciona al Hijo con el Padre Nos relaciona con Cristo y nos permite entender a Cristo con nosotros y a Cristo como camino al Padre.

El Espíritu Santo como soplo divino, como actor de la palabra, como el traductor del amor de Dios Padre y del Hijo en nuestras vidas y en nuestros corazones. El Espíritu Santo desciende sobre nosotros para encarnar en nuestra vida la conciencia del amor de Dios. Para hacer humano el amor de Dios en su caridad, pero sobre todo, Nos bendice el Espíritu Santo cuando lo dejamos crecer en nuestros corazones, como el amor-caridad que describe Pablo en su carta, como lo escribe Pedro, como lo describen tanto santos.

La oración como puente

La Oración es un puente que nosotros ofrecemos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo lleguen a nuestro hogar, a nuestra conciencia. Con la oración dejamos que el Padre manifieste su creación hacia nosotros. El Padre se relaciona con la creación a través de la oración. Nos permite observar su mano divina, donde expresa su amor. Su Espíritu Santo es el amor transformador, el amor para manifestarnos la presencia y despertarnos la conciencia la divinidad.

La estructura de la Oración

Cuando nosotros preparamos una oración sumamos tres partes:

  • La primera: El reconocimiento de quién ponemos en nuestra boca o invocamos.
  • La segunda, La petición
  • La tercera: Afirmando que lo solicitando así va a ser.

Los sujetos de la oración

Cuando hablamos de la oración hablamos de tres sujetos en la oración: El padre, nosotros mismos y nuestro prójimo. Siguiendo la enseñanza de Cristo que nos dice «ama a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo». Nos pide que nos amemos y que aceptemos el don del Espíritu Santo para que descubramos la vida que viene del amor, de la paz y la plenitud eterna. Y así establecer la relación franca, pura, eterna, Entre el creador y sus criaturas, entre el Padre y sus hijos.

Cristo nos enseña la oración al Padre y nos muestra cómo hacer ese puente para que el Padre a través de él y el Espíritu Santo, obre milagros, manifieste su amor, al reconocerlo como presencia de Padre y a nosotros como hijos, todos. Por eso decimos “nuestro”. Aceptando que es quien está en los cielos. Santificamos su nombre. Le pedimos que Reine en nosotros, Queremos que se haga su voluntad en el cielo y en la tierra, Esperamos nos conceda el Pan nuestro de cada Día. Le pedimos que nos perdone de nuestros errores en contra de su voluntad y de su amor, en la misma medida que nosotros perdonamos a los prójimos que nos ofenden, le pedimos que nos dé el pan de cada día, nos abrimos para que no nos deje caer en tentación y nos libre de todo mal y del maligno y lo confirmamos diciendo amen. Con lo cual sabemos qué es nuestro Padre y que todo esto que le hemos pedido se va a cumplir, porque tenemos fe y esperanza en su hijo.

 

Cuando nosotros establecemos el diálogo, diciendo las palabras del “Padre Nuestro”, tenemos un encuentro con nuestro origen. En el momento del bautizo, nos aceptarnos como seguidores de Cristo para con ello encontrarnos con el Padre. Con ello abrimos nuestra vida y alma, a la plenitud y el espíritu del amor de Dios.

Mediante la reflexión del Padre Nuestro encontramos la experiencia que Cristo quiere que vivamos como hijos. Al pronunciarla con conciencia, nos daremos cuenta de lo que Cristo mira para nosotros. Al ver a través de sus ojos, veremos al Padre. Entonces digamos: Yo, que soy hijo del padre. Mío y de todos nosotros. De este Padre que está en los cielos, del cual soy heredero. Yo que reconozco la santidad, desde el sólo nombre de mi Padre. Soy quien espera el reino de Dios, quien desea con todo su corazón que se haga su voluntad en la tierra y en el cielo. Yo soy ese hijo que esta lleno de confianza, de esperanza, y de fe y que seré alimentado con el pan de cada día. Soy ese hijo que le pide perdón a su Padre porque también quiero perdonar a quien me ofende y quiero que él sea mi fortaleza. Quiero abrir mi corazón y mi debilidad para que sea él quien me apoye para liberarme de todas las tentaciones. Y sea su espíritu de amor quien me dé fortaleza para enfrentar alejar al maligno. Yo así lo creo. Así es y así será.

Cuando recemos, meditemos cada una de las palabras, reconociendo

Quiénes somos para Cristo el “Amor de los Amores”.

Quienes somos para el creador dentro de sus criaturas.

Quienes somos para el Espíritu Santo consolador.

De esta forma reconoceremos al Padre y nos reconoceremos como hijos. Y en ese espacio divino descubriremos que somos hijos todos nosotros, todos, sin excepción.

Repitamos el Padre Nuestro, como Cristo nos enseñó y escuchemos su voz diciendo: “Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros su reino, hágase, Señor tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos el pan de cada día y perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden, no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal Amen.”

Así toma sentido y fuerza la misión de amor del Hijo y del Espíritu Santo. Misión de Amor al llevar el Padre a nuestra conciencia. ¡Somos hijos del mismo Padre! Quien se encarnó de María, la virgen, que murió crucificado y pago con sangre nuestra dignidad, para perdonar nuestros pecados y se manifiesta vivo en la eucarística, en la comunión que recibimos, como todos los santos y que nos transforma a través del Espíritu Santo, Espíritu que encarnamos desde la consagración de Cristo a nuestras vidas y que damos a conocer compartiendo con el mundo las obras de amor que ha hecho en nosotros.

Al reconocer al Padre, podremos conocernos y amarnos a nosotros mismos. En la oración estamos nosotros mismos sintiéndonos hijos amados, Dentro de un plan divino, hermoso, armónico, de paz, pleno y eterno. Ese amor del Padre lo percibimos en las flores que nos regala cada mañana, en los colores de cada amanecer, en el rostro de cada uno de nuestros hermanos, en el rostro de quien sufre, que pide, quien carece, busca, necesita, el pequeño, el doliente, el enfermo, la viuda, el sediento, el hambriento, el débil, el difunto.

La oración es para reconocer su obra divina en el rostro de quien tiene sed de justicia, es manso de espíritu, de quien esta descrito en el evangelio, en las bienaventuranza. Y también reconocer en: el apestado, el podrido, el prójimo, el sordo, en quien no quiere oír, en quien no puede hablar.

Al dialogar con nuestro creador, reconoceremos el Padre en la tierra de sus hijos, y que hoy está esperando a que le abrasemos con una oración, espera nuestro corazón para enseñarnos a transformar la visión: de nuestros enemigos, de quien nos juzga, quien nos reprende, quién no tiene pan, quien duda, cae, ama, odia, llora, ríe, del amado, del peregrino, de nuestros padres en la tierra, de quien hoy no está, de quien esperamos, de quien nos ofenden, de quien nos insulta, nos juzga, nos desprecia, quien nos da la espalda y traiciona.

La oración al prójimo

También la oración nos acerca a quien ama al Padre, Dios ha puesto la santidad en todos. Pero hay prójimos que han aceptado la luz, el don y la conciencia de esta santidad en sus vidas. Santos a quienes invocamos con oración, para que ellos intercedan. Ellos que conocen la bendición de la caridad de Dios y la Caridad para consigo mismos y el prójimo.

En este valle de lágrimas, Invocamos la hermosa presencia de nuestros prójimos, regalos del Padre, como la Santa María, Madre de Dios, a ella invocamos para que ruegue por nosotros, los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. A ella invocamos de tantas maneras como: la Milagrosa, la del Perpetuo Socorro, como nuestra Madre amada de Guadalupe, como nuestra Madre del Cielo. A ella, quien estuvo al pie de la cruz, asunta al cielo, intercesora nuestra, como en Canaá que rogó por los desposados, por los novios, por los esposos. Santa Madre que nos descubre desde su corazón de madre, el corazón de Jesús, la misericordia hermosa y a confiar en Jesús.

También llamamos, reconocemos y pedimos en la oración a los Ángeles. Que cantan sin cesar el himno de su gloria. Arcángeles, Ángeles custodios, serafines, querubines y todas las potestades. Como San Miguel Arcángel que siempre está acompañando a Nuestro Señor en la eucaristía. O Los Ángeles de la guarda que nos descubren nuestra conciencia y nos guían, en lo medida que los acepemos, hacia la inmensa gloria y amor, hacia su amor. Ángeles que desean que aceptemos el llamado a la santidad para contemplar el rostro de Dios, el amor en nuestros corazones, en nuestras alegrías, en nuestras tristezas,
en nuestras debilidades.

Orando pidamos la intercesión de los hombres que sean arrodillado ante el Sagrario invocando con todo su corazón con todo su pena con todas sus debilidades con todos sus pecados pidiéndole que se haga su voluntad, pidiéndole perdón, pidiéndole la razón, pidiéndole el cielo que nos tiene prometidos. A los que han recargado sus pensamientos en el Sagrario, dejándose abrasar por la ternura, por la dulzura, por la paz, por la fortaleza, por el ánimo, por la caricia, por la dulce entrega que nos da Nuestro Señor, presente en la eucaristía. Esclavo de su amor hacia nosotros y que permanece oculto en el Sagrario, esperando día y noche, aguardando. Si supiéramos cuánto amor hay en consagrarse en la eucaristía, para nuestro sumo bien, abriríamos nuestro corazón sin duda ni reserva para entregarlo a la misericordia de Nuestro Señor, a su Sagrado Corazón, quien padece una y otra vez al consagrarse en la eucaristía, en el Santo Sacrificio de la misa: Baja de los cielos, se incorpora en el sacerdote y transformar el pan en su cuerpo y el vino para convertirlo en su sangre. Si abrimos la puerta con la corazón, estaríamos junto a la eucaristía para adorarla y recibirla cada día.

Abramos nuestra vida con la oración, y en la oración, en ese puente, pidamos por los prójimos, para que el amor Divino se exprese y nos transforme en en hijos conscientes del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y así seamos como el hijo pródigo que regresa y es abrasado con la felicidad paternal por el regreso a los brazos y la confianza hacia el padre, con nuestro arrepentimiento por haberlo ofendido y despreciado.

Hagamos como el ladrón que oró a Cristo y se robó en el último momento el cielo. A pesar de todo y de todas sus obras que le merecieron la cruz. Pero el Señor al ver su corazón contrito y arrepentido lo llamó para estar, aquel mismo día, aquel Viernes Santo, en presencia del Padre.

O como la convertida en Santa Mujer, Magdalena, a quien fue la primera que se le rebeló Cristo resucitado.

Oremos para que con su amor nos encaminen hacia el Padre y hacia nosotros mismos y hacia nuestro prójimo. Dios nos mira unidas sin separación, Pues el Padre del hijo es el padre de nosotros.

La Asamblea de oración en la Santa Misa

En la asamblea de la Santa Misa le pedimos a Nuestra Madre, a los Ángeles, a los santos y a ustedes hermanos que pueden interceder por mí con sus oraciones, con su amor, con su perdón con su ejemplo ante Dios Nuestro Señor para que nos libre. Reconociendo que hemos pecado, reconociendo nuestras culpas ante él y ante todos. Hemos fallado de pensamiento, de palabra, con nuestras obras y con lo que hemos dejado de hacer.

Precisamente a través de ellos pedimos al Padre que tenga misericordia de nosotros, al hijo que tenga misericordia de nosotros, al espíritu Santo que tenga misericordia de nosotros.

La asamblea de la Santa Misa, que se reúne para pedir misericordia, para reconocernos lo que somos como humanos, como hijos del mismo Padre, como seguidores de Cristo, el encarnado, a quien tenemos gratitud, quien padeció y fue crucificado y resucitó al tercer día y desde de venir a juzgar vivos y muertos. Y que su reino no tendrá fin, Creemos en el Espíritu Santo que procede del padre y del hijo, que reciben la misma adoración y gloria. Y que habla a través de los profetas. Porque todos somos ese cuerpo místico donde el Señor se manifiesta, todos somos ese cuerpo que se está lleno de llagas, de flores, de dolores, Ese cuerpo de enfermos, de pecadores y publicanos. Ese cuerpo Místico con la gracia para transformarnos, para resurgir, Cristo es ofrenda viva con el Espíritu Santo para llevarnos al Padre a su presencia. En la Asamblea de la Santa Misa está el mayor puente de amor del Cuerpo Místico de Cristo.